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Capitalismo virulento

Actualizado: 28 jul 2020



En la única obra de teatro que escribió Simone de Beauvoir (Las bocas inútiles, 1945), el ambiente de precariedad de un territorio sitiado por el enemigo y asfixiado hasta el surgimiento del hambre extrema, hace que sus dirigentes tengan que decidir sobre quién debe vivir y quién tiene que morir a causa de la escasez de alimentos. Por estos días esta misma consideración ha ocupado los teclados de muchas personas que han escrito sobra la virulenta situación actual de nuestras sociedades. Aterradoramente, la pregunta por la muerte de alguien se está vinculando sólo de manera indirecta al hambre, en un país como Colombia donde no es para nada exagerado pensar en el hambre como la causa de muerte de muchos desde hace mucho. Si el virus que recorre el mundo, no como un fantasma, sino como un evento que arrasa con la vida, hace que nos preguntemos por la muerte, entonces estamos en buena disposición para empezar a considerar al otro como un muerto posible y en razón de ello a cada uno de nosotros mismos en igual condición. La preocupación por la solidaridad, que debe emerger en situaciones como a la que hoy nos vemos expuestos, no mitiga el avance de las contradicciones del capitalismo, solamente nos deja ver, quizás con más claridad, las consecuencias de un sistema que privilegia al capital y a las cosas antes que a las personas y a las condiciones para su bienestar.


El colapso del sistema de salud, la crisis carcelaria, los salvavidas estatales para el sistema bancario, las desfasadas exigencias universitarias de educación a distancia, el drama de quienes no aguantan el encierro en sus casas ―muchas mujeres viven hoy 24 horas extendidas de pánico a causa del maltrato impartido por sus parejas― y la angustiante situación de quienes empiezan a preguntarse por el día de mañana y por los de después de mañana, son partes de esa totalidad que llamamos crisis. Es de notar, además, que muchas personas manifiestan estar tranquilas desde sus casas, cómodas con el trabajo a distancia y disponibles para brindar ayuda a sus cercanos a través de cadenas de mensajes edificantes que llaman a la resignación y la serenidad. No hay que sorprenderse de ello. En Colombia vivimos en medio de la resignación permanente: cada día, durante los últimos años, han sido y siguen siendo asesinados decenas de líderes y lideresas sociales, esto a causa del virus de la violencia sistemática de un país que deja pasar de largo todos los fenómenos que no considera relevantes para el progreso de la economía o para la gloria del deporte y la música.

Hoy, las reivindicaciones de otros modelos de sociedad posibles, que habían sido dejados de lado por ser consideraos utópicos e irracionales, muestran que la crisis no sólo es sanitaria, también es social y política. Que las instituciones dentro del capitalismo no respondan de manera eficiente al avance del coronavirus habla más de su fracaso que de la fuerza de esta peste. La eficiencia se reservó para la economía y la guerra en medio de un progreso científico arrestado por los Estados y al servicio de programas de inteligencia alejados de las auténticas preguntas de la humanidad: el bienestar, la felicidad, la razón, la belleza, etc.


No hace mucho que subestimábamos los desarrollos de la medicina en países como Cuba y ahora deseamos que esos desarrollos puedan tocar nuestra puerta. Con gran sonrisa, el actual alcalde de Medellín comunica la buena nueva, la eureka que estábamos esperando: “Estudiantes de la Universidad de Antioquia diseñaron un respirador artificial que sólo vale 5 millones de pesos, frente a los 80 que cuestan los importados, en Inglaterra y en Francia están empezando a producir esos mismos dispositivos con nuestra tecnología”. Nada más oportunista en medio de la crisis actual. Habrá que preguntarse, junto al anuncio del alcalde, cuántas personas podrán acceder a esos artefactos y si los cinco millones que vale cada uno ―una ganga según Quintero― no seguirán siendo un motivo de segregación y discriminación para quienes viven en la marginalidad social. Respiradores de 5 millones que podrían responder a la crisis, pero que no dejan de lado la pregunta por quién debe vivir y quién tiene que morir.





Leandro Sánchez Marín

ennegativo ediciones

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